Aquí os dejo un relato que he empezado. Un día se me ocurrió y he empezado a escribir. Tenía claro el comienzo, pero no tengo claro el final. A ver qué os parece y quizás lo siga más adelante. Tampoco tengo claro el título. Se aceptan sugerencias.
"Su recorrido era todos los días
el mismo. Subía en el autobús y casi siempre tenía sitio en uno de los asientos
y estaba en él unos veinte minutos. Siempre cogía el de al lado de la ventana
porque le gustaba mirar afuera y ver su ciudad a esas horas tempranas. Le
gustaba pasar por aquella gran rotonda y ver las dos torres de dos de las iglesias
más características de su ciudad allá a lo lejos. Y sobre todo en primavera
cuando la luz del sol salía y golpeaba con sus rayos a las gotas de la fuente
que decoraba el centro del jardín de la rotonda. También le gustaba aquella
cuesta en la que entre coches se podía entrever en el horizonte la catedral y
aquellas murallas que daban a la ciudad aquel lirismo medieval que ya había
perdido hace tiempo. Pero no sólo le gustaba ver el paisaje, le encantaba ver a
la gente e imaginarse por su cara o por su forma de mirar su vida y su
historia. Y no solo la gente que cruzaba por las calles en aquellas horas
intempestivas de la mañana sino también a la gente que iba con él en el
transporte urbano. A veces eran todos los días la misma gente, pero siempre le
gustaba fijarse en aquella gente diferente que subía.
Aquella mujer mayor, jubilada, se
la imaginaba en casa haciendo croquetas para todos sus hijos y nietos. Tenía tres
hijos, pero trágicamente uno de ellos murió cuando apenas contaba con 26 años.
Ella siempre lo tenía presente y en aquel bolso que llevaba en la mano tenía
una foto de él que si no cogía no podía salir de casa. Del accidente habían
pasado ya más de 10 años, pero le encantaba hablar de su tío a sus nietos
cuando iban a verla. Los años no pasaban en balde y cada vez le costaba más
hacer esas croquetas que saboreaba su familia al mediodía los domingos. A veces
no le apetecía hacerlas o le gustaría decir a sus hijos que no fueran a tomar
el vermut el domingo porque no tenía ganas, pero al ver la sonrisa de sus
nietos y como se comían las croquetas y como decían que estaban buenísimas. A
veces hacían mucho ruido y estropeaban la paz de la casa, pero ahora que ya no
estaba su marido cuando ellos no estaban el silencio le comía. Lo que le movía
en la vida era esas visitas de sus nietos a su casa.
Esa mujer con la cara triste que
estaba en el pasillo sujetándose a la barra para no caerse en los envites del
autobús, seguro que tendría ya 50 años y en la cara se podía ver que la vida le
había tratado mal. Aquel hombre con el que se casó le esperaría a la tarde en
casa después de ir al bar. Y hoy daba gracias porque la marca la tenía en el
brazo y no en la cara y la gente no se fijaba. Pero en su cara se veía todos
los años de maltrato que había tenido. Había pensado muchas veces en el
divorcio, pero nunca se había atrevido.
Y esa joven que estaba como ida
en el asiento, mirando por la ventana, se estaba acordando de Jorge, aquel
chico guapo de la otra clase por la que bebía los vientos. Tenía en la cara una
sonrisa como la que hemos tenido todos cuando nos enamoramos. Iba con una mochila
llena de libros y se dirigía al colegio y estaba contenta. Había oídos rumores
de que Jorge le iba pedir ser su novia y ella lo deseaba con todas las ganas. A
sus 13 años sus amigas ya habían tenido novios y ella estaba esperando a
alguien que cuando le viera sintiera esas mariposas en el estomago, no como su
amiga Leyre que decía a cualquiera que sí mientras ella había dicho a dos o
tres que no.
Y así con toda la gente en que se
fijaba. Quizás acertaba o quizás no. Pero hacía más ameno su viaje a trabajar."
1 comentario:
Me encanta Jaime!!!!
Estoy deseando de seguir leyendo....
Besos
Aitzi
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