viernes, 17 de agosto de 2007

Desesvelado

Muchas veces son las que cojo el Bolo Feroz de algún bar y me pongo a leerlo. Conciertos, guias de espectáculos,... pero siempre espero llegar al final y leer el relato de a última página. Los relatos de Bolotomia están llenos de humor acido y un poco negro, pero Prieto al final consigue que nos aparezca la sonrisa en la cara. Dejo el relato del último número. Quién con este calor no se puede dormir y más si compartes habitación...

El calor me impide conciliar el sueño. No poder dormir me pone nervioso y me hace dar vueltas en la cama. El ejercicio de dar vueltas no me tranquiliza, pero me hace sudar más, lo cual me pone doblemente nervioso impidiéndome dormir pese a que tengo un sueño brutal que no puedo conciliar por el calor me lo im... Mierda.

“Así... mamá... así...”, susurra Matías – la otra cara de mi desvelo – en la cama contigua, con un tono placentero que me hace desear que no esté soñando realmente con su madre. El éxtasis, no obstante, es breve. Apenas el tiempo necesario para volver a emitir unos ronquidos capaces de sentar de culo en un rincón a hacer pucheritos a un tigre de Bengala. Unos estertores que me devuelven a mi bucle de piruetas histéricas y sudorosas hasta que opto por detenerme boca arriba, respirar despacio y tratar de concentrarme en algo que me distraiga. Cierro los ojos y elijo finalmente un método clásico, ayudado por la tenaz cadencia de vals de los bramidos de mi amigo. Cuando llevo ya degolladas cerca de doscientas ovejitas y empiezo a pensar que tal vez debería relacionarme con ellas de una forma menos traumática (al menos para mí), Matías cambia bruscamente de ritmo, lanzándose a un merengue acelerado y atronador.

- Nch, nch, nch – chasqueo la lengua tratando de parar el mambo. Pero
Matías es ajeno a todo estímulo exterior.

“Sí, arre mami, arre”, murmura como toda respuesta el tarado volviendo a ponerme los pelos de punta. Por fortuna, esa leve interrupción tiene la virtud de abrir un silencio en su serenata de ronquidos, silencio que aprovecho para buscar otra fórmula que me ayude a caer en la inconsciencia, decantándome de nuevo por la aritmética. Trato de calcular cuánto nos costaría el año que viene disponer de habitaciones separadas y con aire acondicionado para pasar las vacaciones. Nuestros ingresos habituales nunca podrían cubrir ese lujo, de modo que pienso en otras fuentes de financiación, pero sólo se me ocurre comerciar con mi cuerpo. La iniciativa se revela frustrante y a la cuarta transacción imaginaria ya estoy perdiendo dinero (yo tampoco pagaría por mí, a qué engañarnos) pero el sueño parece acercarse... hasta que Matías vuelve a la carga con renovadas energías. Lo miro con una mezcla de asco y odio. Su sonrisa de dormilón feliz es un insulto para mi histeria. Cualquier calabozo húmedo y frío sería mejor que esto. Calabozo húmedo y frío... Vuelvo a mirar a Matías, pero ahora veo una solución en lugar de un problema. Es duro, pero tras consultarlo un instante con ella, incluso la almohada me da la razón. Así que nos lanzamos juntos a por él.
© V. Prieto

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