En 2007 se cumplieron 100 años del nacimiento de ella y 50 de la muerte de él: apenas hay que decir que los eventos por el primer acontecimiento superaron con creces a los del segundo, por más que México haya dedicado a Rivera una importante exposición y que Taschen publique ahora un espléndido libro con sus murales.
Rivera y Kahlo formaron una de las parejas más singulares y discutidas –así los calificaba la prensa– de su tiempo. Pero entonces nadie habría dudado: más allá de sus veleidades, Diego era el gran artista, mientras que Frida era su esposa, militante y pintora ocasional. Paradójicamente, el cuento usado por Rivera para conquistar a decenas de mujeres –la Bella y la Bestia– terminó por volverse contra él. A la justa reivindicación feminista se ha sumado la idea de un Rivera tiránico, máximo adalid del machismo mexicano, suerte de Rodin tropical cuya enormidad ocultó el genio de su cejijunta Camille. Pero, al menos para quienes defienden esta visión maniquea, la historia del elefante y la paloma tiene un final feliz: a 50 años de la muerte de Rivera, la celebridad de Frida opaca por completo a la de su esposo. Para miles de personas, Diego no es más que un actor secundario –el Alfred Molina de la película de Julie Taymor–, y no parece lejano el día en que las enciclopedias lo definan como “el esposo de Frida”.
A pesar de que Diego fue un ser tan egoísta, atrabiliario e infiel –sobre todo infiel– que jamás mereció su apasionada compañía para mi fue uno de los grandes artistas americano. Para demostrar eso pongo varias de sus pinturas. De las que más me gustan. No dudes en agrandarla para ver los detalles. Si quereís ver más pinturas y murales de Diego no dudeis en visitar las páginas:
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